martes, 27 de julio de 2010

Los Caballeros Templarios y sus armas




Se ha discutido a menudo el origen ideológico de este tipo de agrupaciones, que para algunos se encontraría en la cristianización, mientras que para otros estaría ligado simplemente al de peregrinación y cruzada. Acercándonos hacia el año 1.000, año en que la interpretación de las Escrituras había convencido a toda la cristiandad de que se iba a producir el Apocalipsis. Esta función asistencial, compatible siempre con las actividades guerreras, explica por que, en casi todos los casos, las órdenes militares surgieron de agrupaciones originariamente hospitalarias. Es por ello que deberíamos distinguir entre órdenes militares y hospitalarias. Por descontado que la presencia conjunta de elementos que exaltaban la violencia, con otros que apostaban por el amor y la tolerancia, no sólo no era considerada contradictor en la época sino que se entendía como característica de uno de los modelos ideales de perfección cristiana. Los caballeros de estas órdenes eran en monjes, al haber profesado los votos (pobreza, castidad y obediencia), organizado su vida de acuerdo con una regla (por lo general la benedictina) y depender directamente del Papa. Pero al mismo tiempo eran "milites", al ejercer el oficio de las armas y estar motivados por el ideal de cruzada. Generalmente se distinguían tres clases de miembros en estas agrupaciones, según predominase un elemento ideológico u otro. Los hermanos eclesiásticos eran simplemente monjes, encargados de la misión y el apostolado, los caballeros monopolizaban la función militar y los hermanos sirvientes se dedicaban a tareas hospitalarias y domésticas. Institucionalmente hablando las órdenes militares estaban dirigidas por un gran maestre, cuyos poderes resultaban muy superiores a los del capítulo general, si bien en ocasiones se buscaba el apoyo de un consejo restringido, fiscalizador del maestre. Casas, propiedades y rentas se dividían en provincias, agrupaciones de prioratos a su vez integrados por encomiendas.

El modo de pelear y sus armas.
Cuando iban de facción o a acometer al enemigo, llevaban delante la balza o estandarte de la Orden. Seguían los caballeros formados de dos en dos, o según convenía, en traje de campaña, armados con sus lanzas y espadas, sin ruido ni algazara, y esperando impávidos e inmóviles al enemigo, cuando así lo disponía el jefe o gran maestre. Si era preciso atacar, eran de los primeros en acometer y lanzarse sobre el enemigo, y los últimos a retirarse, dejando siempre en el campo de batalla pruebas indudables de su valor. Pocos momentos antes de entrar en acción, el gran maestre o los comendadores mandaban tocar las bocinas y atabales de la Orden, y reunidos entonces todos en comunidad entonaban con la mayor devoción aquellas humildes palabras del profeta David: non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam: no a nosotros Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da toda la gloria.
Solían acometer al enemigo buscando las alas del ejército contrario, o aquel flanco que consideraban más a propósito, sin atreverse jamás a retirar, a no ser que así lo mandase el jefe, derrotando enteramente al enemigo o muriendo todos en la pelea. Si por acaso alguno de ellos no se portaba con toda la valentía que era de esperar, se le imponía por su comendador o gran maestre un riguroso y ejemplar castigo. Quitábanle ignominiosamente la capa con la cruz, principal distintivo de los caballeros; otras veces le expulsaban de la Orden, o a lo menos le echaban de la comunidad, obligándole a comer en tierra sin servilleta, por espacio de un año o más, según consideraba necesario el gran maestre.

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